El Estado Neoliberal: Un ciborg pesadillesco

Telam SE

El triunfo de Mauricio Macri en las elecciones presidenciales de 2015 implicó algo más que la legitimación social de la derecha representada por la alianza Cambiemos. Decimos algo más porque la elección de Macri fue el retorno del neoliberalismo a la Argentina, el regreso de la democracia liberal de mercado que supone, aun contrariando los postulados de la posmodernidad, una síntesis totalizadora que halla su fundamento en la globalización de las economías financiero-especulativas cuyo destino es la destrucción de todo sistema de regulación estatal, ya que el axioma nodal del neoliberalismo es el ordenamiento del mercado por el mercado con el consecuente desplazamiento del Estado a una ausencia formal y a una fuerte presencia encargada de reprimir las tensiones y conflictos de los cuales es portadora toda historia social. El estado neoliberal, que un porcentaje considerable de nuestra comunidad dotó de centralidad y poder, necesita de una totalización que exprese el ordenamiento de nuestra sociedad; esa totalización es el mercado en su versión orwelliana de ojo avizor, que como un cyborg pesadillesco se regenera a sí mismo, sin necesidad de ninguna otra intervención. Es la síntesis totalizante del neoliberalismo representada por la derecha y los nuevos espacios liberalfascistas.

Esta síntesis no es una particularidad de nuestro país, es el gran relato que restaura en la región – veremos si Brasil es la excepción – la filosofía práctica de la globalización. La globalización del mercado financiero no es la reiteración esquemática de la tercera ola globalizadora que emerge luego de los años de la dictadura cívico-militar y llega hasta los años 90. Esta mercantilización del cuerpo vital de las sociedades crea nuevos términos para su representación. Un lenguaje que conjuga la técnica con la racionalidad y la eficiencia para dar paso al Estado Modernizador, que trae consigo códigos mediante los cuales el paraíso ha dejado de ser el encuentro del Dante con Helena para pasar a conformar el modo en que los fugadores seriales viven y renacen en cada offshore constituida. La gravedad reside en ese hecho venal que condiciona la vida anímica y corporal de los pueblos. No hay simulación en los dichos y acciones de la derecha; hay convencimiento y rencor – se puso en duda el intento de magnicidio sufrido por la Vicepresidenta de la Nación -, odio de clase, en cada alusión a las patas animalescas, a los palos en la rueda que el estado populista convalida: el trabajo con derechos, la huelga, la manifestación popular, el derecho a salud y educación, y uno fundamental, el derecho a la resistencia.

Detengámonos en este aspecto que Horacio González trabajó hace unos años en un artículo para La Tecl@ Eñe. La resistencia es un componente esencial de la vida democrática, de su poder y ampliación. Es la dialéctica de la creación del otro resistente. Si la democracia no genera ese otro resistente no es una democracia viva. El concepto de resistencia así entendido, amplía la vida democrática. La derecha vuelve difusos los límites de los tres poderes que caracterizan el modo de organización política de la democracia. Los entremezcla, los interfiere, y es allí donde se vuelve necesaria la condición de resistencia. En la concepción represiva de la derecha el otro resistente es un desestabilizador. Así se explican las vallas colocadas en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, o el bloqueo legislativo de la oposición, o la democracia tutelada por la Corte Suprema de Justicia de la Nación.

Decíamos que esta tercera ola globalizadora no es un espejo esquemático que nos devuelve la imagen reflejada de la temporada de dilapidación noventista del patrimonio nacional. Conserva lineamientos parciales que comparte con momentos de la historia y sus estadios. Esas parcelas son las más visibles y refieren al daño social colectivo que el conjunto de la población no logra internalizar, a pesar de la trágica culminación del ciclo en 2001 con el saldo de 39 muertos como resultado del estado de sitio decretado por una democracia cerrada y agonizante.

El negacionismo del genocidio social que produjo la dictadura cívico-militar es la cara menos visible de la derecha que Cambiemos presenta como moderna pero que extiende sus ramificaciones a los beneficios económicos que Sociedades Macri (SOCMA) obtuvo con los lugartenientes de Tánatos. El negacionismo del genocidio no puede ser nunca dialéctico ya que no existe allí la posibilidad de un equilibrio entre Eros y Tánatos, entre la vida y la muerte.

Ese equilibrio, esa posibilidad de pendan dialéctico, es el que está en riesgo. La usina del disciplinamiento social funciona las veinticuatro horas mientras el crecimiento macro de la economía ilumina el escenario de una mayor desigualdad con su correlato de aumento de la pobreza.

Un dato final: Plutarco nos alertó, y hoy los justicieros individuales o las demandantes del punitivismo, que más que un pedido de justicia expresa una suerte de venganza que oculta las responsabilidades que como sociedad tenemos en cuanto a expresiones de violencia que no son nuevas pero que no cesan de ocurrir, representan el signo de la descomposición social.

Un aura de desencanto recorre este tiempo de lobos o leones que ya no aúllan ni rugen, solo gritan.

*Periodista. Director/Editor de La Tecl@ Eñe. Docente en UNDAV

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